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La orfebrería románica en Cataluña fue calificada en su época como un arte digno de admiración. En aquellos tiempos se respetaba y estimaba a los artistas orfebres tanto o más que a los pintores y a los escultores ya que su formación profesional estaba a la misma altura. Además estos artistas trabajaban con un material muy valioso y era de suponer que sabrían manejarlo con buen oficio y profesionalidad. Pocas piezas de orfebrería han resistido el paso del tiempo. Al ser piezas mueble que se podían llevar de un lugar a otro o vender o regalar su rastro se ha perdido en todo este trasiego. Sin embargo queda mucha documentación en inventarios, donaciones, dotaciones, compra-venta y su descripción testimonia su existencia. Sobre todo los legados testamentarios ofrecen una amplia información.[1]
En los inventarios que aun existen referentes a los siglos X al XIII se detallan numerosas y ricas piezas de orfebrería, la mayoría desaparecidas. Hasta el momento la más antigua es el altar portátil del San Pedro de Roda, encontrada escondida en un rincón del edificio. La fecha de datación aproximada es del año 1000. Es de plata repujada, de trabajo muy arcaico con influencia carolingia que se adapta a un estilo propio de la zona. Lleva unas inscripciones y está adornada con motivos vegetales sin que quede un espacio por repujar. Se guarda en el Museo Nacional de Arte de Cataluña. Las demás piezas conservadas son ya de los siglos XII y XIII e incluso del siglo XVI en el que muchas obras seguían siendo de tipología románica.[2]